6/8/08

La historia de Antonio Balantino Glaciares

Antonio Balantino Glaciares, era un tipo común. Tan, pero tan común era Antonio, que se había vuelto invisible. No hacía absolutamente nada que llamara la atención. Trabajaba bien, pero tampoco con méritos. Era amable, pero medio anti social. Esos tipos que no te rompen las pelotas en absoluto, pero que tampoco te dan bola. Cuando iva al médico, éste siempre le decía -Está todo normal Antonio, nada raro-. Un ausente que tranquilamente podría ser reemplazado por una máquina. Pero lo importante acá, es que se había vuelto invisible. Y no lo digo metafóricamente. Antonio no se sentaba a tomar café en un bar, simplemente porque el mozo no lo veía. La última vez que había ido a un bar, esperó 20 minutos a que lo atendieran. Vino un señor y se le sentó en la silla de en frente, colgó el saco en donde él estaba sentado, y se puso a leer el diario. Antonio le dijo –hola-, pero el señor no respondió. Cada vez que el señor pasaba de hoja, hacía un efecto abanico y le volaba un poquito el flequillo de Antonio. Era un flequillo normal, no estaba ni despeinado ni petrificado en gomina. De hecho, si hubiera tenido gomina, no se hubiera volado con un simple pasar de hoja. Pero lo importante acá, es que el mozo no lo vió. Cuando vino a tomar el pedido, lo atendió al señor. Pero a Antonio, nada. Se levantó entonces de su silla y se fue. Además de común e invisible, Antonio era medio boludo también, porque se fue sin decir nada, y se tuvo que poner a batir el café en su casa. Porque a él le gustaba que el café tuviera espumita. No mucha, normal. Y fue a partir de ese día, que dejó de ir a los bares y se empezó a dar cuenta de que la gente no lo veía.
Estuvo re bajón durante un par de meses. A veces se le levantaba un poco el ánimo cuando iba al cine. Como no lo veían, entraba sin pagar. Pero después dejó de ir porque a la noche tenía pesadillas. Soñaba que una gorda enorme se sentaba en su asiento, él le gritaba – soy invisible, soy invisible!-, pero la gorda no lo veía y se sentaba nomás. Era un garrón la vida Antonio.
Para ir al trabajo tenía que salir una hora antes. Porque no se van a creer que el pobre podía parar un colectivo, o un taxi. No, se tenía que ir caminando. – Seré común, invisible y boludo, pero al menos no gasto plata en irme a trabajar y además me mantengo en buen estado-, se decía en un absurdo intento de sentirse mejor. Pero era al pedo, su vida era una cagada y tenía que hacer algo. Se puso a estudiar, pero se quedó libre en todas las materias. Los profesores decían que no lo veían nunca en clase.
Las ideas se le empezaron a acabar. Y que pedazo de tristeza que le agarró al pobre Antonio! Como loco se puso a buscar gente que le pasara lo mismo. Googleó, googleó, y nada; hombre+común+invisible, y nada; común+invisible+boludo, nada. Pero lo importante acá, es que estaba muy triste porque era invisible.
Ni siquiera lo tentaban las picardías que le permitía su condición. Nunca un meterse al baño de minas, robarse las monedas de la fuente, meterle un ácido al café de tu jefe en una reunión, tirarse un pedo con ruido en la cola del súper. No, era muy boludo… y triste. Y todo eso le pegó mal.
Empezó a faltar al trabajo, aunque nadie se dio cuenta, claro. Dejó de pagar las cuentas, sobre todo la del teléfono que era la más cara. Porque no van a creer que el pobre Antonio visitaba a su familia. Les dije que era invisible, y los invisibles no andan por ahí visitando gente, porque eso asusta. El último asado de domingo al que había ido, los hijos de Octavia, la prima segunda de Antonio, estuvieron llorando 2 horas cuando vieron que el vaso de vino se levantaba solo. Entonces, le dijeron que no daba para que vaya más los domingos. Pero lo importante acá, es que él no acostumbraba a visitar, él hablaba por teléfono porque si no, la gente se asustaba.
Pero con el tiempo dejó de hablar, de pagar las cuentas, de bañarse, de vivir en su casa, de cortarse los pelos, de comer sano y de estar sobrio. Créanme que si la vida de Antonio antes era una cagada, ahora estaba bastante más baqueteada. Dormía bajo unos cartones en la puerta de los bancos, ahí en la 25 de Mayo. Un auténtico linyera, que al parecer, ahora era visible. Aunque mucha pelota no le daban, de hecho, yo no lo ví nunca. Lo que me lleva a pensar que el Sr. Antonio Balantino Glaciares nunca existió. De todas maneras, dicen que en una de las últimas llamadas que le hizo a su mamá, le dijo:
“Vieja, está todo bien, ahora ya soy visible, todo bien. No puedo ir más al cine porque ahora me para un cana en la puerta del shopping y no me deja entrar. Pero todo bien. No puedo volver porque si me hago común de nuevo todo mal. Mandame plata para el escabio. Un beso y saludos a los nenes de Octavia”.
Pero más allá de que sea o no verdad, lo importante acá, es que Antonio ahora era visible.



Actualización: No se ponga triste por el pobre Antonio, la idea de la historia es que se ría.